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ALFIE EVANS

Éste es el verdadero ensañamiento sobre Alfie

Alfie desenmascara el verdadero rostro totalitario de un Estado que quiere determinar cuáles vidas son dignas, y nos remite al sentido de nuestra vida, contra toda restricción.

Attualità 16_04_2018
Thomas Evans

¿Qué es lo que provoca tanto miedo en un niño enfermo, que ni siquiera tiene dos años, y en sus padres jóvenes, tanto como para bloquear las puertas del hospital con la policía y cerrar los aeropuertos? Porque debe haber un gran peligro si hay necesidad de tanta demostración de fuerza, si hay necesidad de mentir continuamente para justificar el cautiverio de Alfie en el Hospital Alder Hey.

Ese niño es en realidad un signo de contradicción, está allí para exponer el verdadero rostro totalitario de quienes se enorgullecen de ser la patria de la democracia. Deja en claro que detrás de las palabras la libertad de elección y la autodeterminación es sólo la muerte, deseada y perseguida contra sus propios ciudadanos por un poder que piensa sobre todo en preservarse. Un niño indefenso que insiste en luchar para ganarse la vida es un manifiesto contra la muerte, y al mismo tiempo es una acusación contra los médicos que han olvidado lo que significa "cuidar". Y los padres veinteañeros con su desafío imposible –David contra un Goliat mucho más grande y más amenazador que el bíblico– nos hacen entender por qué las grandes potencias internacionales nos mantienen tanto en la destrucción de la familia: ese vínculo de sangre, que implica los afectos más profundos, que suscitan una pertenencia mutua invencible, generan una relación que es realmente el último punto de resistencia contra un poder que lleva a las personas desconectadas de toda relación, para determinar cada aspecto de nuestra vida.

Por eso morirá Alfie, porque el Poder no puede soportar esta afrenta: si venciera la vida, cuestionaría ese castillo de muerte en el que todos vivimos convencidos de estar disfrutando quién sabe qué libertad. Más y más persone abrirían los ojos abiertos sobre la verdadera naturaleza de los Estados modernos y de organizaciones supranacionales como la Unión Europea. Es lo que ya está sucediendo gracias a Alfie. Porque por otra parte es más que sorprendente la multitud que desde hace dos días protesta frente al hospital, invocando la vida de Alfie.

¿Qué es lo que atrajo a miles de personas frente al hospital de Liverpool, hasta el punto de permanecer durante largas horas, incluso nocturnas, para velar y manifestar por un niño y por una familia que nunca han conocido personalmente? Por supuesto, hay una flagrante injusticia al daño de un niño gravemente enfermo; es evidente que hay un encarnizamiento intolerable contra los padres de Alfie, encarnizamiento que casi llega a la tortura. Esto es cierto, pero no explica toda esta movilización espontánea. Está la convicción –al menos inconscientemente– que en Alfie cada uno de nosotros es atacado personalmente.

Porque si la "calidad de vida" sustituye a "la santidad de la vida", entonces cada uno de nosotros está en peligro. Si la vida es sagrada, sólo pertenece a Dios, ningún hombre puede decidir hacerse nacer y cuándo morir, es más grande que nosotros mismos. Pero si evaluamos la vida según las medidas humanas, si hacemos rankings para establecer la calidad de la vida, entonces cada uno de nosotros está a merced del Poder, que establecerá de vez en cuando –según conveniencia y utilidad– los límites de la vida: cuántos hijos tener, si hacer nacer a los portadores de enfermedades graves, cuando quitar la perturbación de este mundo. Más aún: nos interrogamos sobre el sentido de nuestra vida, porque frente a una persona enferma que el Estado quiere eliminar con saña, no podemos no preguntarnos si nuestra vida, mi vida, ese deseo de absoluto e infinito que nos define puede ser restringida por la eficiencia y la utilidad.

Por eso, aunque no seamos plenamente conscientes de ello, la vida de Alfie es la vida de todos nosotros. La batalla por Alfie es la batalla para afirmar nuestra vida.

(Traducción al español por: José Arturo Quarracino)